jueves, 15 de mayo de 2008

Cuento Fernanda Gordillo

La Casa Embrujada

Hace unos años en un pueblo muy lejano todo era tranquilidad y paz, sus habitantes se dedicaban a trabajar y no había problemas entre ellos; de hecho se ayudaban entre todos para poder salir adelante y todos eran tratados por igual, todos excepto uno.
En realidad nadie lo ha visto, de hecho muchos creen que no existe, pero yo estoy seguro que lo vi.
Todo ocurrió hace unos dos días, cuando como de costumbre desde muy temprano me fui a trabajar con Don Pepe, el dueño de la panadería del pueblo. Puedo recordar que ese día estaba haciendo tanto frío; había mucha neblina, era una bruma muy intensa. Por lo regular trato de no pasar por esa casa ya que es la mas fea, parece como si la hubiesen sacado de un cuento de terror y la verdad he de confesarlo, me aterra pasar por ahí; me han contado muchas historias, sean ciertas o no, no lo sé y la verdad no tengo muchas ganas de descubrirlo; pero ese día fue la excepción, no sé que paso, para empezar el día estaba horrible y aunque no queriendo me tuve que desviar y pasar por esa enorme, fea y tétrica casa. Justo al pasar por la puerta se escuchó un rechinido muy feo y la enorme puerta negra se abrió, un humo blanco y un olor a viejo fue lo que salió de esa puerta.
Yo, me encontraba aterrado, no sabía si echarme a correr o aguantarme, tomar valor y entrar. Pasaron unos dos minutos cuando me decidí a entrar; las piernas me temblaban y andaba sudando muchísimo, estaba muy nervioso por no saber lo que me esperaba y todo ¡por curioso!
Al entrar lo primero que vi fueron unas enormes escaleras, en el techo había un candelabro enorme, como esos que están en las casas viejas y antiguas; todo estaba lleno de polvo pero en realidad la casa era muy hermosa. No podía entender como una casa tan bonita podía estar tan descuidada y me puse a pensar todo lo que le haría a esa casa si fuera mía. Estaba tan entretenido que se me olvido que estaba en la “casa embrujada”; como todos la nombraban, el miedo se me había quitado; comencé a ver unas fotos que se encontraban sobre un piano enorme y justo cuando tome la de una mujer muy bella se escuchó el rechinido del viejo piso de madera, como si alguien se acercara mas y más hacia mí.
Inmediatamente me regresó el miedo, comencé a sudar otra vez y fue cuando lo vi; era un hombre ya grande, postrado en una silla de ruedas, se me quedó viendo y poco a poco se fue acercando hacía mí; prácticamente me quedé inmóvil, él me arrebató la foto de la joven que tenía en la mano y me dijo: - ¿Qué es lo que haces aquí?, ¿Cómo entraste?
A lo que contesté con voz entrecortada y tartamudeando: - Iba hacia mi trabajo y justo cuando pase se abrió la puerta y….
- Y te dio curiosidad por entrar, ¿cierto?
- Pues si, un poco, la verdad es que si lo pensé mucho porque me daba miedo. Le contesté.
- Si, me imagino. Esta gente se la pasa hablando de mí, diciendo cosas que no son ciertas. Tú no les crees, ¿verdad?
- Pues… antes de venir aquí tal vez si, un poco; pero ya viéndolo bien no se ve tan malo como dicen.
- ¿Tanto así?.... Se ve que eres un niño muy inteligente y trabajador. ¿Cuál es tu nombre?
- Me llamo Pablo y gracias por lo de inteligente y trabajador pero, no es para tanto.
- Muy bien Pablo, vamos a la cocina, te invito un vaso de leche caliente.
Nos dirigimos hacia la cocina y nos sentamos a platicar un largo rato, la verdad es que Don Ricardo no es tan malo como dicen todos en el pueblo. Si, se volvió un poco amargadito el día en que perdió al amor de su vida (la joven mujer de foto que estaba observando sobre el piano). Me contó que cuando ella murió, se encerró en su casa, con todos sus recuerdos y su dolor; y durante años a estado en completo aislamiento, sin hablar ni convivir con nadie hasta el día en el que por curioso yo entre a su casa.
Me dijo que estaba muy contento de haberme conocido y que esperaba que lo fuera a visitar cuando quisiera para poder platicar y que no se sintiera tan solo, me pidió que fuéramos amigos pero que eso si, que no le contara a nadie sobre él, pues no quería que lo vieran con lastima y que a mí no me dejaran visitarlo más.
Salí de la casa de Don Ricardo como a medio día, pues habíamos platicado tanto que el tiempo se me había ido volando; para cuando salí la neblina se había esfumado y yo tuve que correr para llegar a mi trabajo donde Don Pepe ya me estaba esperando pues pensaba que algo me había pasado. Yo, no acostumbro a mentir pero ahora Don Ricardo era mi amigo y tenía que echar unas mentirillas para cubrirlo pues lo tuve que hacer.
Hasta el momento nadie me ha descubierto, todas las mañanas paso a la “casa embrujada” de Don Ricardo a desayunar, platicamos un rato y le ayudo con algunas cosas pesadas de su casa, pues está grande y no puede caminar. Disfruto mucho pasar tiempo con Don Ricardo pues me cuenta anécdotas y muchas historias divertidas.
Puedo decir que no me arrepiento de haber entrado a esa casa el día en que había esa neblina espantosa pues encontré a mi mejor amigo: Don Ricardo.
En el pueblo se sigue hablando de la famosa casa embrujada y del hombre que la habita, yo solo me hago el desentendido y finjo mucho temor al hablar de ella. Sigo con mi trabajo en la panadería y mi vida es igual a la de antes solo que ahora con un nuevo amigo.







































Fern

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