jueves, 6 de marzo de 2008

Una noche, Museo de la Caricatura. Cristina Pineda

Ésa noche, como todas, las caricaturas comenzaron a cobrar vida; los presidentes, con enormes orejas, narices y ojos, se reunían en un rincón de la segunda sala del museo para discutir qué sexenio había sido el mejor; las “Fridas” preferían acercarse a los cristales de las puertas para poder ver su reflejo y poder pintar su imagen de una y mil formas y en todos los lugares posibles; los piratas de la tercera sala tendían su tianguis a lo largo del pasillo vendiendo discos, películas…pero enfrente de ellos, los chinos les hacían la competencia vendiendo las copias de sus copias (¡qué ironía!); algunas otras caricaturas criticando los problemas mundiales, los gringos siempre haciendo sus “business”, prestando tintas, vendiendo papel, aumentando la deuda externa…. Mientras, Memín Pinguín ayudaba a sus amigos con sus tragedias familiares al mismo tiempo que, en todos los círculos caricaturescos de alcurnia se paseaba Don Ranilla conquistando a cuanta damisela se le acercara y dejando siempre a sus envidiosos enemigos hundidos en el fracaso. Así transcurría la noche hasta que la llave del encargado del museo abría la puerta al público volviendo todo a la normalidad, hasta que una vez más cayera la noche y comenzara la vida

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