miércoles, 5 de marzo de 2008

LUZ, RELOJ Y CALCULADORA



Por Marianne Gómez

-¡Eres igual que tu abuelita!- me decía mi mamá- te puedes probar un millón de pares de zapatos, imaginar con qué los vas a usar y las cosas que te van a decir, pero nunca, jamás los compras.-

Desde que tengo memoria he tenido este problema. Disfruto mucho entrar a las zapaterías y sentir el olor del cuero o del plástico nuevo; observo los colores, las forma, las texturas; analizo las tendencias, los estilos y, generalmente, encuentro un par que me encanta y un par que me parece grotesco.

Mis papás siempre me han enseñado que cuando quieres algo debes luchar por ello y, en el caso de los zapatos, ahorrar por ello. Y ese era el verdadero problema: cuando veía el par de zapatos que quería, no tenía el dinero disponible y cuando por fin lo juntaba, los zapatos ya no me interesaban tanto como creía, incluso llegaba a pensar que no valía la pena tener esos zapatos nuevos porque finalmente eso eran: ¡ZAPATOS! ¿Para qué sirven? De todas formas van a terminar ensuciándose todos, pisando cosas desagradables y, encima, los iba a esconder debajo de mis anchos pantalones. Además, siempre es más cómodo y fresco caminar en chanclas.

Las cosas eran así y no parecía que fueran a cambiar nunca, hasta que llegaron los Swatch.

No había nada más “cool” que tener unos tennis que prendieran cuando pisaras. Recuerdo que para esos sí que ahorré, y cuando por fin los tuve en mi poder caminaba dando pisotones y lanzando los destellos que salían de la parte trasera de mi talón.
Por supuesto que no me duraron mucho; la suela se desgastó rápidamente, se ensuciaron en seguida y además los mojé y la luz se descompuso. No me enojé porque los había disfrutado mucho, pero me juré no volver a comprar zapatos tan sofisticados.

Sin embargo, unos meses después, salieron los nuevos Swatch. Si los luminosos eran una novedad, estos eran una creación única en su clase: ¡tenían reloj! Por supuesto que los compré, los usé un millón de veces, les programé alarmas; el reloj se descomponía y después volvía a funcionar, pero los amaba…

No habían pasado ni seis meses cuando llegó el nuevo modelo. Este sí que era un “hit”. Las luces y los relojes no se comparaban en lo más mínimo con tener unos tennis ¡con calculadora! Y los compré y los usé un millón de veces e hice operaciones y la calculadora se descomponía y volvía a funcionar…

Es impresionante la seguridad que puede darte un par de zapatos, la manera en que te representan, lo que dicen de ti.
Unos años más tarde, haciendo una limpieza de mi clóset, encontré los tres pares de Swatch y me di cuenta que, desde entonces, no había vuelto a sentir la misma pasión por unos zapatos.

¡Eres igual que tu abuelita!- me decía mi mamá- te puedes probar un millón de pares de zapatos, imaginar con qué los vas a usar y las cosas que te van a decir, pero nunca, jamás los compras.

FIN




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